miércoles, 6 de octubre de 2010

Y anhelo y busco: Cecilia. II

Era Lunes 12, igual de caluroso que el Domingo 11, que el Sábado 10 y así sucesivamente -maldito veranillo de San Miguel, pensaba- desde el Martes 6 que había llegado, a las tres y media del al medio día, en el Peugot 306 de su padre. Aparcaron con dos ruedas sobre la acera, justo frente al portal de la tía Jose. Su padre subió la Samsonite con la ropa, su madre las bolsas de comida y ella el bolso de cuero con los libros.

La tía Jose siempre iba vestida, desde las seis y media de la mañana que se despertaba hasta las once que se acostaba. Una vez, a través de un cristal dorado y tibio, Cecilia la vió vistiendo una bata azul plomo. Les recibió con un traje marrón con coderas y una sonrisa insuficiente. «No estoy muy acostumbrada a las visitas, pero bueno, tendremos que acostumbrarnos todos, ¿verdad Cecilia?». Era una casa pequeña y fría en la Calle Armengot, cerca de la glorieta de Marqués de Vadillo, con suelo de madera vieja y láminas enmarcadas en todas las paredes. Los llevó a la habitación del fondo, la que hacía esquina con Pellejeros. Tenía una cama con edredón azul, un escritorio, una mesilla, una cómoda y un galán de madera oscura. Del techo colgaba una lámpara de cristal con forma de mariposa.

Fue sacando su ropa mientras su tía y sus padres hablaban en el salón. Guardó en la cómoda bragas y calcetines de algodón, sujetadores de aro, camisetas, rebecas y la sudadera que Julián le trajo de Oxford, tres pares de vaqueros, unos de pinza grises y una falda plisada azul marino. Debajo de la cama, metió un par de Converse All Star azul marino, unas botas de piel marrón, unas sandalias y unos salones negros. Sobre el galán, colgó una cazadora vaquera y un parka verde militar.

-Solo tendrá que aceptar unas normas. Yo no sé como la habéis criado pero aquí tengo unas normas. Sabeis que no estoy acostumbrada a las visitas. Y menos a las permanentes.
-No te angusties Jose, Cecilia es una niña muy fácil. Solo tienes que darle una llave y será como si no estuviera.
-También la tocará fregar.

Su madre salió hacia la cocina y Cecilia detrás. Apoyada en el marco, la vio abrir un enorme frigorífico blanco y guardar tupperwares de pisto, empanadillas, garbanzos...
-Pasarás algo de hambre.
Del techo colgaba un fluorescente verde. Una puerta de aluminio y cristal, tapada por una cortinilla amarillenta, daba a una pequeña terraza interior.
-¿Estás segura Ceci? Mira que... -Estaré bien mamá. De verdad.

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