miércoles, 6 de octubre de 2010

Y anhelo y busco: Cecilia. I

Era Septiembre de 1994. En Madrid todo era bochorno, poemarios de Bousoño en los escaparates de las librerías, en la Ciudad Universitaria se pegaban carteles contra el acuerdo nuclear y hacía cinco meses que Kurt Cobain se había pegado un tiro en la cabeza.

A las once y media de la noche, cuando ya no aguantó más el calor, desencajó los postigos y abrió la ventana. El cristal sonaba a quebrado y la madera a podrida, pero fuera la noche era fresca y olía a rosales regados. Apagó la luz, se tumbó en la cama, de cara a la ventana, y se quedó mirando la luna. Era grande, como una inmensa y limpia farola. Pensó que no tenían sentido aquellos que la llamaban de plata; a ella le parecía un enorme, redondo y pulido trozo de cal, como los que se desprendían de las casas de su pueblo después de llover.

Entonces se acordó de su madre y de sus rulos azules, de su padre leyendo la prensa en el viejo sofá de piel verde, de su abuela en bata haciendo galletas, de su hermana Lucía saltando por la ventana para fumar con sus amigas en el barracón, de Marcos, de Macarena, de Sofía y de Julián bebiendo sangría en la cantina, de los pocos amigos que había hecho el primer año en la facultad de Filología... Le entró sueño. Y angustia. Apartó el edredón, se enrolló a la almohada e intentó dormir.

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