miércoles, 29 de septiembre de 2010

Haikus

Sobre una hoja que gotea
posada está la de las alas de cristal,
aquella que nunca habla.

Tibios pétalos blancos,
aquella rosa de un invierno frío,
la que oye cantar a las muchachas.

Ensombrece
bajo la lluvia clara
un sauce de espinas.

viernes, 17 de septiembre de 2010

Path

¿Y si fracaso?
¿Y si todo, absolutamente lo que para mi es todo, se queda en un sueño del pasado, en una ilusión de la juventud?
¿Y si un día me encuentro sentada en un lugar, que no me es cómodo, y no puedo parar de llorar porque me encuentro pensando en todo lo que quise que fuera y en lo nada que ha resultado ser?
¿Qué pasa si la mujer con la que sueño no puede existir?
Entonces, mi querida estrella,… ¿dónde me quedo yo?

lunes, 6 de septiembre de 2010

La fiesta de la cebada

Jorge ha pasado a buscarme a las nueve y cuarto, quince minutos tarde, y le ha abierto mi madre, con ese vestido de flores verdes raído que le he dicho que tire, porque me avergüenza. «Siento no serle de gusto al señorito» me dice, sacudiendo el cuello de pavo; es imposible para mi pensar que fuese joven alguna vez. Jorge baja los escalones de dos en dos, y le he dicho que se va a partir la crisma, otra vez. «Genial, asi podría faltar al colegio. Otra vez» me ha dicho; yo le he recordado que estamos en junio, y que si se partiese la crisma otra vez lo único que se perdería es el verano. «Pues ya habrá más» me ha dicho. «Las enfermeras del hospital estaban to buenas» me ha dicho también.
Hemos bajado hasta la plaza, al trote por las calles que están empinadas hacia abajo. Las señoras se bajan las sillas a los portales, se remangan los vestidos de franela, de flores como el de mi madre, que también me avergüenzan, y hacen que esto parezca un pueblo. Un pueblo sin estrellas. Un pueblo de farolas fundidas y muchos coches.
Las viejas nos miran por encima de las gafas cuando pasamos por delante de ellas. Luego, en cuanto nos alejamos, cuando desaparecemos detrás de un contenedor pintado o doblamos la tienda de algún chino o moro, sé que nos llaman delicuentes, que dicen que somos unos gandules que no hacemos nada, sólo destrozar el vecindario. «Aquí murió gente. Aquí luchó gente de la de verdad, jóvenes de los de verdad, no como los de ahora. Como tú, estúpido» me solía decir mi abuela antes de que se callese por las escaleras.
Por el camino nos hemos encontrado a Carlos, que fumaba apollado contra el portal de su casa. Es un portal negro, de los que tienen los pomos de latón oxidado. Fumaba un cigarro blanco de esos que ha aprendido a hacerse. Se ha incorporado a nosotros en cuanto nos ha visto, sin que nosotros nos hayamos detenido ni él nos salude. Le ha ofrecido un cigarro a Jorge y él le ha dicho que no, que no fuma porros. «No son porros. Son tabaco del bueno» se ha defendido Carlos; me ha ofrecido uno, y yo le he dicho que luego, que cuando llegásemos.
Por el puente que cruza la autopista ya nos hemos empezado a encontrar gente: los que se toman una copa antes de llegar, los que vomitan, unas cuantas parejas metiéndose mano. Estaba Raúl, el hermano pequeño de Carlos, con dos gitanos tirándoles piedras a los coches. «¡Para ya niño! ¡Que luego me la cargo yo!». Raúl le ha mandado a la mierda, pero ha parado de tirar piedras. Al otro lado del puente, hemos bajado a la carrera por el terraplén, levantando polvo, enredándonos con hierbajos amarillos, y hemos llegado a la explanada. Hoy 27 de Junio se celebra ahí la fiesta de la cebada, y hay botellas, vasos de plástico, coches con altavoces, un escenario, hogueras y mucha gente con poca ropa. Casi nadie sabe lo que es la cebada. Lo sabemos los que estamos acabando el instituto y los cinco universitarios que siguen viniendo por aquí. Una rubia gorda, que no conozco, que estudia Biología; el Pepe, que estudia Educación Social, y su novia, la pelirroja del culo plano, que estudia lo mismo; Elena, que sigue en primero de Magisterio desde hace dos años; y Lola, la hermana mayor de Jorge, que estudia Literatura. Carlos desapareció enseguida, y Jorge y yo seguimos para alante, cruzando la explanada. De cada altavoz salía una música, y todas se confundían con el olor a vino barato y sudor. Había sobre todo sudor, camisetas que los chicos se habían quitado tiradas dentro de los coches o ardiendo en las hogueras. Tambien las de algunas chicas que bailaban en sujetador. Una también había tirado el suyo a una de las hogueras, y bailaba sore el escenario, con las tetas caidas rebotando sobre las manos de uno que juraría era Nano. Unos metros por debajo, apoyada contra la madera, estaba Lola. Llevaba una blusa negra y vaqueros cortos. El pelo, despeinado, suelto y mas oscuro que la última vez que la vi. Llevaba un vaso con líquido amarillo en la mano, y estaba hablando con una chica negra y Marcos, el gay que va conmigo al instituto. Nos ha visto y ha saludado con la mano, un gesto educado en la medida, agitando los dedos, y Jorge ha tirado de mí y me ha llevado hacia otro lado.
En seguida nos encontramos con Leo, Sebas, con el Enano y algunos más. Alguien le pasó unos vasos a Jorge y él me pasó dos a mí, uno negro y otro blanco, juntos, de golpe. Nos abrimos codazos entre la gente hasta encontrar un hueco de tierra vaacío, junto a uno de las hogueras. Me he girado, con el vaso negro en una mano y el blanco en otra, y entre la gente he podido distinguir el escenario, las tetas de esa chicas botando, y debajo podía seguir viendo a Lola. Alguien traía los vasos. Cuando se acababan alguien traía más. Sabían agrios, y olían a sudor. O quizás eran las hogueras lo que olían a sudor. Han llegado más coches, se ha mezclado más música, y parecía la verbena de un pueblo, pero sin estrellas. He levantado la cabeza, y me he mareado; la he agachado y la he vuelto a levantar y he visto que no había ninguna estrella. Solo había una, muy brillante, asíque a lo mejor era un avión, o a lo mejor una estrella de esas que llevan miles de años muertas. Cuando he bajado la cabeza me he mareado y he vomitado dentro de la hoguera. Se ha puesto oscura y ha despedido un olor horrible. Dos chicas me han llemado cerdo, y después me ha entrado más arcadas, y me he levantado y me he ido corriendo. He llegado a un poste, no se de qué, creo que de la luz, y he vomitado encima. Me ha salido una pasta clara y oscura, lechosa, con manchas. Fétida. Me he alejado del poste y me he tumbado en el suelo -estaba blando, nunca lo habría imaginado- y me he puesto a buscar mi estrella. Entonces ha aparecido la cabeza de Lola, justo en mitad del fondo oscuro, y ha sonreido, como muchas estrellas muertas. Al incorporarme me he vuelto a marear, pero por suerte ya no tenía nada más que vomitar. Lola se hasentado a mi lado, abrazandose la piernas, y se ha reído. «No deberías beber si no sabes como se hace». Le he dicho que sabía beber, que había sido ese maldito olor, el de sujetador quemado. Ella se ha echado a reír, con su boca de estrellas muertas, y tenía también los ojos más oscuros, iguales que su pelo, que se agitaba por detrás de sus orejas. «¿Volverás a dejarme alguno de esos poemas?» me ha preguntado. Yo le he dicho que si, que claro, pero que si no se lo dice a Jorge, y ella se ha reído y me ha jurado que nunca se lo dirá a nadie. «Traémelo la próxima vez que vengas a casa» Y me ha guiñado un ojo, un ojo oscuro con sombra negra y verde oscura, y se ha levantado y se ha ido. Yo seguía mareado, pero he ido detrás de ella. La he perdido algunas veces, invisible, tan menuda, entre chicos sin camiseta y tantas minifaldas iguales. La he vuelto a encontrar, doblando uno de los coches, la he perdido y la he vuelto a ver bajando la colina. La he seguida casi a gatas, levantando polvo, enredándome en los hierbajos amarillos, y detrás de los espinos, la he encontrado sentada sobre el capó de un coche. Era un coche negro, achatado y largo, brillante, sin aparato de música en el maletero. Tenía las ventanas abiertas, que dejaban escapar un rumor, muy bajo, y los espinos olían bien mezclados con los matojos de lavanda. Con Lola había un chico, de pie frente a ella, rodeado por sus brillantes y redondas piernas. Se reía. Era un chico alto y delgado, de esos a los que les quedan bien las cahquetas con botones. Pero llevaba una camisa de cuadros abierta, y el vaquero tenía un par de rotos que dejaban ver una piel morena y peluda. Tenía rizos negros, mal anudados en una coleta. Y tenía barba. Ella le ha rodeado con las piernas a la altura de la cadera, y él la ha cogido de la nuca y la ha besado. Ha enredado las manos en su pelo, y ella le seguía besando. Le ha quitado la camisa, y se ha abrazado a su espalda, y él le ha desabrochado la blusa, y he podido ver sus tetas pequeñas y puntiagudas unos segundos, antes de que éel se las llevara a la boca. Ella se ha reído. Se ha reído enseñándome las estrellas muertas, y luego ha soltado un gemido. Entonces me he dado la vuelta, he subido la colina y he buscado a los chicos entre las hogueras. Tomé dos vasos blancos más y luego ya no me acuerdo. Cuando he abierto los ojos, hace unas dos horas, Carlos estaba a mi lado fumando porros y una chica sudamericana roncaba con la boca abierta encima de su bragueta. Me he levantado, mareado y sin camiseta. No me apetecía buscarla, ni tampoco a Jorge, así que me he venido a casa. Colina abajo, detrás de la lavanda, ya no estaba el coche, ni el chico de la barba, ni Lola, ni sus tetas pequeñas, ni sus estrellas muertas.

miércoles, 1 de septiembre de 2010

II

Largo Septiembre
que no quieres acabar,
como una gota que repiquetea,
sola, contra la ventana.
Aluminio gastado de tanto llorar.
No hay nada al otro lado,
solo piedra gris.