lunes, 26 de julio de 2010

Dirty Kid

Una vez conocí a una dirty kid. Era junio, el junio más asfixiante que yo había visto en mi vida, e iba camino de alguna parte. Quería acercarme a la ciudad, creo, supongo que a ver a Sophie, aunque nunca llegué a ir. El autocar paró en un bar de carretera, a repostar y a evacuar, y yo pedí una coca-cola en la barra. Recuerdo que el taburete estaba cojo y que la coca cola sabía amarga. “¿Es Light?” le pregunté al camarero. Era gordo y con bigote. “Aquí no servimos esas mariconadas”. Oí una risa muy cerca de mí, y entonces fue cuando la vi. Se llamaba Ophelia, me diría después, y tenía 18 años, me diría también después. En un primer momento lo único que vi fue una sonrisa muy, muy grade y una piel morena con ronchones que no me atreví a aventurar si serían resultado de alguna enfermedad cutánea o de la falta de limpieza.
-Tiene razón –dijo-. La coca cola Light es un asco. La coca cola lo es. Todo lo prefabricado que lleve azúcar es un asco, ¿no crees?
No supe qué decirle. A mí me gustaba la coca-cola y también la Fanta. También los batidos y la mantequilla de cacahuete y todo lo que llevase en el envase el nombre de alguna marca famosa y muchas E nosecuantos entre sus componentes.
-También me gustan los zumos- le dije. Casi acerté.
-¿Pero naturales o de botella?- me dijo muy seria, sin sonrisa.
-Naturales, naturales claro.
Sonrió. Tenía una sonrisa demasiado blanca que no cuadraba con el resto de su presencia. Cada vez estaba más seguro de que no tenía ninguna enfermedad cutánea, y su ropa desilachada y arrugada había salido, con toda seguridad, de un contenedor o en su mejor caso de un mercadillo ambulante. Se rascó la cabeza y recuerdo que me dio un poco de asco; tenía el pelo moreno, no sabría decir si liso o rizado, una textura demasiado extraña y de aspecto áspero que ocultaba bajo cuentas de colores y un pañuelo morado.
-Me llamo Ophelia- se presentó, sin darme la mano ni nada-. ¿Y tú?
-Yo Paul.
-Que típico –se rió-. Seguro que eres del Sur.
-En realidad soy de Ohio.
-Pues tienes cara de pertenecer a las juventudes republicanas de Texas, que lo sepas- se llevó un vaso a la boca. Contenía un líquido amarillento que supuse le habrían vendido como zumo de naranja-. ¿Y qué haces tan lejos de casa Paul?
-Iba a Pórtland, a visitar a… alguien. ¿Y tú?
-Voy a la reunión anual. Este año se celebra en Seattle.
-¿Qué reunión?- le pregunté.
Y aquella fue la primera vez que oí hablar de la Rainbow Family y sus dirty kids.
-Puedo contártelo por el camino. Tengo que salir ya o llegaré tarde. No es que nos importe la puntualidad ni nada, pero quiero coger un buen sitio. ¿Quieres venir?
Se levantó del taburete y cogió una mochila de tela del suelo.
-¿Vienes?- me repitió.
-¿Pero a dónde?
-A la reunión de la Rainbow Family. ¿A dónde coño te crees que voy?
-¿Y qué es eso?
Abrió mucho los ojos. Los tenías rasgados y de color castaño. Recuerdo que me parecieron bonitos.
-Ves como tenías cara de republicano de Texas- me echó en cara.
Me ofendí. No tengo nada en contra de Texas, de hecho me encantan sus costillas, y tampoco me importa demasiado la política, pero me onfendí, supongo que porque ella lo consideraba como un insulto.
-Vente- me repitió-. Te lo contaré por el camino. ¿Acaso tienes algo mejor que hacer?

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