domingo, 8 de mayo de 2011

¿Arte o artista?



Ésta sería una pregunta idónea para uno de los intelectuales más repudiados en la Francia moderna: Louis-Ferdinand Céline. A punto de cumplirse el 50º aniversario de su muerte, el país galo da la espalda a aquel autor que tachó de traidor; los panfletos antisemitas que el genial Céline diseminó durante los años 30 no son perdonados.

Nacido y muerto en Francia (1894-1961), Céline fue médico, escritor y un apasionado activista. Herido en la Primera Guerra Mundial, arrastraría zumbidos en los oídos y fuertes dolores de cabeza hasta el último de sus días. Vivió por toda Francia y también en Inglaterra y Alemania; contrajo la malaria en África; fue miembro de la Sociedad de Naciones especializado en temas de higiene. Una vida bastante completa, todo ello antes de la fatídica década de los 30. Durante la ocupación nazi, Céline se dedicaría a repartir panfletos antisemitas, megalómano y burlón con sus contempoáneos, sintiéndose a salvo bajo el régimen de Vichy. Tras la caída del régimen nazi, él exiliado en Dinamarca con su mujer Lucette desde hacía bastante tiempo, Francia pide la extradición y el autor francés, traidor, es detenido.

Años antes de su decadencia, en 1932, Céline publicó su obra más aclamada y recordada: Viaje al fin de la noche (Voyage au bout de la nuit). Escribe el autor en una de sus páginas: «Os lo digo, infelices, jodidos de la vida, vencidos, desollados, siempre empapados de sudor; os lo advierto: cuando los grandes de este mundo empiezan a amaros es porque van a convertiros en carne de cañón». El protagonista de la novela, Ferdinand Bordamu (sospechosamente parecido al propio Céline) se enrola en el ejército francés durante la IWW en un impulso estúpido; asqueado de las trincheras, decide hacerse pasar por loco para librarse de sus servicios. Mientras tanto, conoce a los más variopintos personajes y viaja por la África colonial y una América que le tilda de esclavo. El lenguaje, grosero y vulgar, escandalizó a muchos intelectuales de la época. Sin embargo, junto a las obras de Marcel Proust, Viaje al fin de la noche está considerada como una de las mejores obras del siglo XX. Autores contemporáneos como Charles Bukowski o el beat W. S. Burroughs agraden el influjo de su estilo mordaz.

Por el 50º aniversario de su muerte, Francia tenía planeado rendirle tributo a una de las mentes más brillantes que ha alumbrado la nación de las luces. Pero a última hora, su nombre fue borrado de las listas de la Selección de Celebraciones Nacionales 2011. El ministro de Cultura, Mitterrand, explicó que, a pesar de su contribución a la historia de la Literatura, «el hecho de haber puesto su pluma a disposición de una ideología repugnante, la del antisemitismo (...) no se inscribe en el principio de las celebraciones nacionales».

Céline no es el único artista cuya memoria ha sido rechazado por temas ideológicos; Robert Brasillach, defensor del bando nacional durante la Guerra Civil española, o Günter Grass (autos de El tambor de hojalata), que se enroló en las Waffen SS nazis durante su juventud, son dos de los proscritos de la memoria artística. Y aquí retomo la pregunta con la que habría esta triste historia: ¿qué es lo más importante, el arte o el artista, la obra o la persona? ¿Es más importante el sintimiento antisemita de Célina que su prodigiosa obra, o el alcoholismo de Truman Capote que su prosa, o la homosexualidad y la adicción a las drogas de Ginsberg a sus versos? Opinen ustedes. Una servidora tiene clara su respuesta.

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